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Sueños húmedos

Pilar CuetoPilar Cueto Pedro Abad s.XII
editado agosto 2012 en Erótica
Hola, les dejo lo que acabo de escribir.
SUEÑOS HÚMEDOS

Llovía, subí las escaleras hasta el último piso donde se encuentra su estudio. La puerta estaba entreabierta; el olor a pintura mezclado con el aroma del café recién pasado, me dieron la bienvenida.
Era agradable estar ahí porque en cada rincón sentía su presencia. Me bastaba ver sus cuadros para darme cuenta la pasión que escondía en su alma y que se esmeraba en ocultar bajo esa fachada de hombre frío, que lo aleja de la posibilidad de ser considerado como el amante perfecto que toda mujer desea tener en su lecho.
Me estremecí al recordar sus caricias. Al principio suaves, provocadoras, sabiendo cómo despertar las emociones que están dentro de mí, y que han hecho que me convierta en prisionera de sus deseos y de los momentos que paso junto a él.
Me encanta sentir su fuerza y el atrevimiento que tiene al considerar mi cuerpo como suyo, el mismo que moldea cual arcilla entre sus dedos hasta dejarme lista, abandonada a una pasión que enloquece mis sentidos y adormece la razón.
Caminé por el estudio y mi vista se detuvo en la pintura que estaba sobre un caballete. Era la primera vez que la veía. El color de los cojines parecía no encajar con la sensualidad que irradiaba esa mujer, ni con el fuego de sus ojos que pedían a gritos un poco de amor para saciar el deseo que se veía a flor de piel. Cerré los ojos y recordé.
Lo único que cubría mi cuerpo era una bata de felpa que no lograba ocultar la pasión que latía dentro de mí. Casi podía escuchar mis latidos golpeándome el pecho, recordándome la locura que estaba a punto de cometer.
Entonces lo vi y me estremecí bajo el calor de su mirada. Se acercó despacio y puso las manos sobre mis hombros. Quedé atrapada en la profundidad de sus ojos; estaba jugando con fuego, pero no me importó. Quería quemarme, arder en las llamas prometedoras de esas manos que deshacían lentamente el nudo que protegía mi intimidad. No podía controlar mi respiración; mis senos subían y bajaban en una clara invitación a ser besados, pero solo su mirada viajó a lo largo de mi cuerpo hasta detenerse en la pequeña sombra que escondía el centro de mi deseo.
Me acomodó sobre unos cojines y sin apartar los ojos de mi rostro, deslizó sus dedos por mi piel en un viaje sensual y atrevido que me fue apartando de la realidad.
Acarició mis pezones hasta dejarlos fuertes y erguidos, clamando por su boca, pero él siguió de largo por mi vientre hasta detenerse en el volcán donde ardía mi pasión. Con manos expertas acarició ese cuerpecillo carnoso hasta humedecerlo completamente. Nunca imaginé que el deseo pudiera provocar espasmos que tensaran los músculos de todo mi cuerpo.
Le pedí que me hiciera el amor; quería sentir su excitación rozando mi vientre y traspasando esa barrera donde el calor se hacía insoportable. Quise acariciarlo, pero con suavidad me sujetó por las muñecas.
—Todavía, no —dijo—, ahora solo quiero mirar lo que mis dedos provocan en ti.
Me dejé llevar por sus caricias hasta entrar en ese mundo indescifrable de sensaciones, donde los gemidos son la única forma de aplacar el torrente de placer que inunda cada poro de la piel.
Más tranquila, volví a suplicarle que viniera a mí. Necesitaba sentir su cuerpo moviéndose al mismo ritmo que el mío, atormentándonos y regocijándonos por lo que pudiéramos sentir, pero no aceptó mi petición, se alejó para esconderse detrás del lienzo y empezar con una tarea que se me hizo interminable.
Cuando pensé que no iba a soportarlo más, dejó el pincel para unirse al deseo de navegar conmigo por las aguas turbulentas de una pasión, que amenazaba con devorarnos si no hacíamos algo para evitarlo.

Seguí mirando la pintura; sabía que en cualquier momento aparecería con sus jeans desgastados y alguna camisa o polo descolorido, puesto, como de casualidad, sobre su cuerpo.
Un cosquilleo en la espalda me indicó que estaba junto a mí. Al voltear, me topé con su mirada. Avancé despacio y nuestras manos se entrelazaron rompiendo el espacio que nos separaba. No hubo palabras, nuestros cuerpos expresaron lo que sentíamos por dentro.
Mi boca se abrió a la suya y con su lengua exploró cada rincón de mi cavidad, jugueteando con mis labios a su antojo. Los mordía y luego los rozaba con suavidad como queriendo ser perdonado por esa caricia que lejos de dañarme, me producía placer.
Con sus besos fue haciendo camino a lo largo de mi cuello, mientras sus manos me despojaban de las barreras que cubrían mi piel. Lamió mis senos con una infinita ternura para atraparlos luego entre su boca mordiéndolos con deseo... y yo no quería clemencia, quería más.
Fui deshaciéndome de sus ropas. Primero fue su chompa, que cayó por algún lugar de la habitación. Siguió su camisa, la que desabotoné torpemente hasta encontrarme con su pecho que besé una y otra vez, dejando con mis dientes, las huellas de mi pasión.
Sentí sus manos deslizarse por mi vientre hasta detenerse en la humedad que se abría paso entre mis muslos, para luego explorarme con una devastadora intimidad, logrando que mi cuerpo respondiera a semejante embestida.
Los dos teníamos premura por continuar, por satisfacer esa necesidad casi animal que teníamos a flor de piel. Abrí los ojos y vi la pasión que reflejaba su rostro. Sabía que era la causante de ese estado de locura y eso me hizo feliz.
Caímos sobre un sofá. Su cuerpo cubrió el mío y juntos continuamos en la loca carrera hacia la cúspide. Parecía un sueño estar así, sintiendo su peso, su excitación, su aliento mezclándose con el mío. Quise gritar su nombre, pero me di cuenta de que no había un nombre que pronunciar, entonces desperté.
Pilar

Siempre me pueden encontrar en mi blog, donde podrán leer mis posts

http://cuentosdeamordepilar.blogspot.com/

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