¡Bienvenido/a!

Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!

El descenso

DamapaDamapa Fernando de Rojas s.XV
editado marzo 2012 en Negra
“Papá, he tenido una pesadilla… ¿puedo dormir con vosotros? Claro hijo, ven aquí…”.

Cada noche el mismo sueño, el mismo recuerdo, la misma voz infantil y dulce resonando en las paredes de mi cuarto, en todos los rincones de mi conciencia. Y luego las burbujas subiendo hacia la superficie desde el fondo de la bañera, las manos adolescentes de su hermana convertidas en dos garras que apresan con fuerza su cuello, sumergiéndole la cabeza, zarandeándolo como un muñeco de trapo incapaz de defenderse, con los ojos abiertos con más sorpresa que pánico. El primer golpe le arrancó los premolares superiores izquierdos antes de llegar a ser consciente de ello; la segunda arremetida le hundió la nariz mientras las uñas aferradas al cuello empezaban a dejar unos surcos entre el rojo y el morado en su joven y frágil piel; el tercer porrazo fue tan brutal que los incisivos le perforaron el labio inferior a la vez que los pulmones le ardían sin ser capaz de zafarse de aquellas manos más fuertes que él para dar alguna bocanada de aire; pero de los treinta y siete golpes que dictaminó el informe forense que había recibido Daniel en la cabeza, fue el cuarto el que le partió el cráneo destrozando el fondo de uralita, tiñendo la bañera de sangre y lágrimas.

La imagen que nunca se borrará de mi mente después de conseguir tirar la puerta a patadas es cómo mi hija me miraba con una sonrisa de alucinada y las manos llenas de mechones de pelo y pastillas junto al cuerpo inerte de su hermano y una sacudida de espasmos recorriéndome el cuerpo mientras me agarraba el vientre intentando contener las arcadas que me producía aquella escena junto con su mueca de satisfacción y las últimas palabras con las que envenenó mis oídos: “Te lo dije”.

Salí del baño dando un traspié, agarrando mi cabeza, intentando no dejarme llevar por la locura de aquella imagen mientras todo comenzó a girar y a dar vueltas como las sirenas de la ambulancia y los tres coches patrulla que había frente al portal de casa, cada vez más rápido, cada vez más deprisa, precipitándome al vacío hasta dejarme arrastrar por aquel torbellino violento de dolor y culpa y sentir el consuelo de la pérdida de consciencia.

No me dio tiempo a escuchar cómo en ese momento el grito de Eva, mi mujer, resquebrajó la noche junto con el cristal de la ventana y su cuerpo descendió desde el cuarto piso hasta el suelo, ni el ruido sordo que inundó la callé al abrazar la nieve que había cuajada en la acera.

Al despertar, horas más tarde, recordé mi nombre impreso en la pulsera de plástico de mi muñeca izquierda: Gabriel Evans. Solo entonces, en aquella habitación de hospital, fui consciente de que había caído con ella en un intento frustrado de salvarle la vida.

Y con aquella caída empezó mi descenso a los infiernos.

Comentarios

  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado marzo 2012
    Que historia tan tórrida, da escalofríos sólo de pensar estar en esa situación:eek::eek:
  • DamapaDamapa Fernando de Rojas s.XV
    editado marzo 2012
    Por suerte todo se queda en las páginas :)

    Un abrazo y, como siempre, gracias por leer y comentar ^^
Accede o Regístrate para comentar.


Para entrar en contacto con nosotros escríbenos a informa (arroba) forodeliteratura.com