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Una carta

DamapaDamapa Fernando de Rojas s.XV
editado noviembre 2012 en Epistolar
Querida Tania:

Todo sigue igual. Los días siguen pasando, deshojándose suaves uno tras otro.

Hoy hace ya cuatro años. Es otoño, igual que entonces. Las estaciones son esa convención imparable: nadie sabe por qué llamamos primavera a la primavera, ni verano al verano, o al invierno; ni siquiera nos lo preguntamos. Simplemente a alguien se le ocurrió ponerles esos nombres y los demás seguimos utilizando esas palabras que están fuera del ritmo desenfrenado de las modas, que nunca se gastan.

Los días siguen pasando, deshojándose suaves uno tras otro. Te escribo desde una cafetería, la nuestra. Como siempre. Como hace un año. Como todos los años. Nada ha cambiado. Todo sigue en su sitio: las sillas de madera, las mesas gastadas, la misma camarera de pelo largo y liso corriendo con la lista de pedidos de un lado para otro... También la inscripción en la que grabamos nuestros nombres donde nadie más que nosotros pudiera leerlos sigue ahí, en el mismo lugar. Lo único que ha cambiado es la gente, que entra y sale como un torbellino por la puerta giratoria de la entrada. La puerta sigue gimiendo con el mismo susurro casi inaudible al rozar con el suelo. Como hoy. Como ayer. Como siempre. Mis pensamientos siguen, ensimismados, esos cuatro compartimentos de cristal opaco. Algunos se quedan, jugando con las espesas y compactas nubes de humo del local; otros se van, arrastrados por los ensordecedores ruidos de los coches de la avenida y sus bocinazos. Me pregunto qué será de ellos.

Hoy he vuelto a leer nuestra inscripción grabada con las llaves de casa en la pata de la mesa. Hace ya cuatro años de eso. No he podido evitar el recuerdo del día de nuestra primera cita, ¿te acuerdas? Todo tenía que ser perfecto: primero iríamos al cine, luego a cenar a un sitio tranquilo donde pasar una velada agradable y después daríamos un paseo por la playa -antes escuché todos los partes de meteorología para asegurarme que haría buen tiempo-. A ti te encantaba esa sensación de libertad que da el caminar descalzos por la arena, con la brisa alborotando tu alborotado cabello, porque tenías el cabello revuelto y suave, y olía a jazmín y a jara y a madreselva. Te encantaba sentir cómo las olas besaban nuestros pies. Y sería un paseo largo y sereno "porque la orilla es larga, la noche inmensa y el mar infinito", decías.

Llamé al timbre de tu casa a las nueve en punto, tal y como habíamos quedado. Abrió la puerta tu madre, que me recibió con una sonrisa de oreja a oreja "... Está enferma. Ha intentado llamarte por teléfono pero no la he dejado porque estaba a cuarenta de fiebre... No es nada grave, tranquilo, un buen catarro... Pasa, pasa, no te quedes ahí...". Así terminó nuestra primera cita perfecta: tú en la cama, dormitando, a no sé cuántos de fiebre, y yo, comiendo palomitas y patatas Matutano sabor jamón, sentado en el sofá con toda tu família mientras veíamos "Bambi", que tus hermanos habían alquilado aquella misma tarde. Como en una película de Capra.

Todo sigue igual. Todo sigue girando, como el mundo, como la puerta de nuestra cafetería con el cristal opaco. A veces pienso que en estos cuatro años soy yo el único que no se ha movido, que me he quedado estancado en uno de sus cuatro compartimentos sin decidirme a tomar ninguna dirección: la gente ha ido entrando y saliendo, pasando, como los días del otoño que se deshojan, suaves, con un leve crujido del árbol de las estaciones, uno tras otro. Y allí estoy yo, dando vueltas sobre el mismo eje.

"Porque la orilla es larga, la noche inmensa y el mar infinito". Se lo recuerdo a Silvia cuando me pregunta por ti. Al principio no entendía por qué te fuiste y, la verdad, yo tampoco sabía muy bien qué decirle o cómo explicárselo, ya sabes que ese tipo de cosas nunca se me dieron bien. Los únicos recuerdos que guarda son de cuando tú entrabas por las noches y la arropabas hasta el cuello o le cantabas alguna canción. Parece mentira que una niña pueda acordarse de esas cosas cuando solo tenía dos años. El mes pasado cumplió seis y ni te imaginas lo que ha crecido. Está preciosa. Y aunque a penas te conoció, tiene tus mismos gestos, el mismo pelo alborotado, tus mismos ojos entre el azul y el verde, intensos. Cuando me habla y me mira no puedo evitar volver a verte ahí. Casi puedo navegar en el mar de sus ojos.

Con el paso del tiempo se ha borrado una de las líneas del ocho tumbado que rodeaban nuestros nombres. "El infinito", decía yo, y tú rápidamente me corregías: "eterno". Entonces enlazamos las manos y nos miramos con una sonrisa de complicidad, sin decir nada porque ya estaba todo dicho, no hacía falta nada más. Y en esa ausencia estábamos presentes, siempre fuimos capaces de borrar el tú y el yo para convertirlo en nosotros.

"David y Tania". He cogido las llaves y he vuelto a repasar las líneas que se habían desgastado, renovando el rito. Luego he ido a casa y la he encontrado vacía. Aunque hayan pasado unos años aún no me he acostumbrado al vértigo del silencio. No puedo evitar el escuchar de nuevo tu voz, sentir tu mirada en todas las paredes, en todas las ventanas, y tu risa llenando el reloj de la sala de estar, los armarios, los cuadros, los rincones. Sé que no hace falta que te lo diga, pero te echo de menos.

A las cinco iré a recoger a Silvia al colegio y luego la llevaré a casa de Anita, su mejor amiga, que la ha invitado a su fiesta de cumpleaños. Mientras, los días siguen pasando, suaves, deshojándose, como siempre, como ayer, como todos los años. Todo seguirá igual, la gente entrando y saliendo como un remolino; nuestra inscripción permanecerá allí, escondida, en aquella pata de la mesa; la puerta giratoria de nuestra cafetería girará una y otra vez, muda, gimiendo con el mismo susurro casi inaudible al rozar con el suelo. Y yo, dentro de uno de sus compartimentos de cristal opaco, viéndolo todo, recordándolo todo... "porque la orilla es larga, la noche inmensa y el mar infinito". Tal vez este año me decida a dejar ese compartimento. El tiempo lo dirá.

Te quiere,
David.

PD: Después de dejar a Silvia en la fiesta de cumpleaños de Anita, iré al cementerio a dejarte unos lirios amarillos y para hacerte un rato de compañía. Hoy hace cuatro años. Como siempre, en las uñas me quedará el rastro amarillo de las flores y pasarán unos días antes de que desaparezca. Mejor así.

Comentarios

  • CalimaCalima Fernando de Rojas s.XV
    editado mayo 2012
    Damapa, una emotiva carta en la que el amor, el recuerdo y la cotidianidad se entremezclan, evocadores de una vida compartida que se truncó.
    Me ha gustado mucho.

    Saludos.
  • editado mayo 2012
    Excelente el texto, muy bueno y la lectura se hace bastante liviana y emotiva.

    No se si leyeron las cartas que Cioran le envió a su hermano, fueron publicadas después de su muerte, las reflexiones del autor en ellas son exquisitas, si es que no las conocen, les va a encantar.
  • SinrimaSinrima Miguel de Cervantes s.XVII
    editado noviembre 2012
    Damapa, paso poco por este subforo,y por eso no había leído esta carta.

    Me gusta cómo escribes; el tono íntimo de la carta y las vivencias comunes que se recuerdan y cómo se vive la soledad en la que un ser tan querido le deja a uno.
    Muy poético el polen amarillo de los lirios que quedará en las manos durante unos días.Esos lirios dan una pincelada poética y luminosa a un instante triste.

    Un abrazo.
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