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Antología de ensayistas hispánicos I

SenequistaSenequista Gonzalo de Berceo s.XIII
editado febrero 2012 en General
Proemio:
Esta contribución tiene un cariz fundamentalmente pedagógico; se muestran al posible lector una apretada gavilla de textos de solventes autores en lengua primigeniamente castellana, y que se adscriban laxamente dentro del término literario “ensayo”: no-poesía, no-narrativa (definición negativa).
Aun a riesgo de parecer perogrullesco, es una selección “personal e intransferible”, donde se retratan mis querencias y aversiones constitutivas; el factor electivo determinante es la calidad literaria, y en menor medida la enjundia conceptual o veritativa.

Quiere ser un complemento o anejo a esta página: http://www.ensayistas.org/

En esta primera entrega:
-Eugenio d'Ors.
-Santiago Ramón y Cajal.
-Gonzalo Puente Ojea.

Comentarios

  • SenequistaSenequista Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado enero 2012
    [Eugenio d'Ors: Aprendizaje y Heroísmo]

    Pero recordamos antes las ilusiones de un día, las que pudimos forjarnos, el mundo y nosotros. Hemos conocido el tipo del sabio, en toda su perfección, en toda su exquisitez. Le conocimos, y, hombres jóvenes de las Españas, devotos de la normalidad y de la cultura, sedientos de una mejor europeidad, quisimos también para nuestras ciudades la imitación del modelo cumplido, objeto o encuentro en peregrinaciones fervorosas por los lugares y santuarios del vivir científico universal.
    Recuerdo la primera vez en que me fue dado ver de cerca a un gran sabio. He aquí al inquieto estudiante viajero que se acerca a la casa lleno de veneración. La casa se encuentra en los alrededores de Ginebra. Es chica y sencilla, pero la rodea un jardín magnífico; hay en el jardín una ancha jaula con muchos pájaros y dos monos, cautivos con brillantes cadenas. Hay también pavos reales que pisan con respetabilidad la arena de las avenidas. Y también, cabe la baja linde de afeitado boj, un portero. El portero no hace mucho caso del visitante; y éste tal vez se siente empequeñecido de pronto ante el menosprecio de aquél. Después ve que éste trata de la misma manera al gran sabio, su señor; porque la relación entre los dos ha llegado a establecerse como si aquél fuese el amo de todo y concediese a éste la gracia del alojamiento... ¡Es tan dulce el gran sabio! Cuando una avispa se le acerca demasiado a los ojos, la esquiva con un gesto de la mano tan lento, tan suave, que más bien parece una caricia que un acoso. De un gesto semejante debe de haberse valido para rehusar, hace poco tiempo, la importante situación política que le era ofrecida... “Yo no soy más que un sabio” -dice él...
    Y al visitante español, que es, por español, un sobrevenido a la vida científica, y que no se acostumbra todavía a sus hábitos, le suena un poco extrañamente esto de que el sabio, por un gran sabio que sea, se llame sabio a sí mismo... Él ha encontrado en su país hombres que se llaman a sí mismos poetas, artistas, políticos. Pero la profesión de sabio no la ha visto ejercer sino vergonzosamente, disfrazada tras un título de utilidad usual, de médico, de profesor u otro análogo, o bien excéntricamente, entre aires inspirados, fronterizos con la extravagancia y la vesania. Pero aquí, en la biblioteca del sabio, no acaba de tranquilizarse, a pesar de la benevolencia, a pesar de las palabras generosas más que corteses.., -Usted, que también es un sabio, comprenderá... -No, no comprende. De oírse tratar así le salen los colores al rostro. Por un momento le parece que la eminencia le ha elogiado altamente, y esto le turba. Un momento después, piensa que le ha querido infligir una burla cruel, y esto le haría llorar como un niño...
    Hasta mucho más tarde, hasta la media hora de conversación, cuando ésta, entrada en el terreno de los estudios comunes, se ha vuelto ya técnica y desembarazada, no se da cuenta exacta y vívida de que aquel título no ha tenido otro valor, favorable ni desfavorable, que el de una mera indicación profesional... Porque la sociedad ha llegado a punto en que la ciencia, la ciencia pura, pueda ser una digna profesión; no una cínica extravagancia, pero tampoco un extraordinario acontecimiento, ni un descenso del Espíritu Santo sobre la tierra, que convenga adorar. Y así, que haya sabios, forma parte del estado normal de las cosas, como que haya carpinteros y médicos y jueces. Y del mismo modo que los buenos carpinteros y los buenos médicos y los buenos jueces, tienen derecho los buenos sabios, no a la adoración popular, pero sí al bienestar amable, lejos de la legendaria miseria genial. Y tal vez no poseen un automóvil, pero sí, independencia suficiente para rehusar -con suavidad, sin estoicismo, sin heroísmo- un cargo político si les es brindado. Y su pequeña casa es muy humilde y muy sencilla y de un solo piso, pero puede rodearla un jardín magnífico con bellos árboles, con pájaros cantando, con pavos reales, con monos y con un portero más o menos bien educado.
  • SenequistaSenequista Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado enero 2012
    [Santiago Ramón y Cajal: El mundo visto a los ochenta años.]

    CAPÍTULO XVI

    EVOCACIÓN DE PONCE DE LEÓN. EL ANSIA IRREMEDIABLE DE INMORTALIDAD FISIOLÓGICA

    ¡Bello y seductor ensueño que en todo tiempo acarició la imaginación humana! ¡Ahí es nada, retrogradar en la trayectoria vital y recomenzarla en la fase prefáustica de la juventud y de la fuerza!... Esta instintiva aspiración a remontar el curso del tiempo representa quizá una manifestación irreprimible del instinto de la vida. Caso histórico, representativo de tan seductora ilusión, es el de Ponce de León. Viejo y lastimado por antiguas heridas, oyó decir en las Antillas que en región poco alejada existía una isla maravillosa,donde brotaban inexhaustas las linfas del rejuvenecimiento, restauradoras de energías perdidas y de dolencias añejas. Y exploró afanosamente la isla misteriosa en busca del mágico manantial. Y ¡oh decepción! A pesar de haber bebido en muchas fuentes tuvo que renunciar desilusionado a sus quiméricos anhelos. En cambio, descubrió algo que vale más: el continente de la América del Norte, blasón de su gloria y cuna después de espléndida civilización.
    A esta universal codicia de rejuvenecimiento respondía también el elixir de vida de los alquimistas medievales. Fracasaron en su ambicioso empeño, mas, a semejanza del citado explorador español, descubrieron algo más importante que la prolongación de la vida: las bases, rudimentarias aún, de la química, ciencia henchida de miríficas promesas. Y es que la sugestibilidad exquisita del hombre se ha satisfecho siempre con mitos y ficciones, vanos y engañosos,considerados en sí mismos, pero a menudo punto de partida de prodigiosos descubrimientos, y siempre confortadores de nuestro ingénito optimismo.
    Y aunque los sabios se estrellen contra la muralla de lo imposible, renunciando a su ambicioso programa, el hombre, que fue siempre un místico, ¿no habría granjeado un consuelo y una esperanza alentadoras? Todo el toque está en seducir nuestra ingenuidad, adormeciendo el sentido crítico, tan débil en la mayoría de los humanos, para que creamos a pie juntillas en los portentos prometidos. Después de todo, ¿han significado otra cosa sino sugestiones habilísimas, desde las célebres curaciones de Asclepios en Epidauro, hasta los modernísimos inventores de específicos? Injusticia fuera censurarlos; cuando no son farsantes codiciosos, les excusa la piedad y compasión encendida hacia el dolor ajeno. ¡Loor a los que saben renovar el viejo repertorio milagrero, engañándonos con inesperadas y sorprendentes prácticas sugestivas!
  • SenequistaSenequista Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado enero 2012
    [Gonzalo Puente Ojea: El Evangelio de Marcos.]

    La función de la Iglesia fue y sigue siendo la de mantener tácticamente la explotación y la opresión, al mismo tiempo que difunde retóricamente una incoherente exhortación a la reforma social. Su diestro manejo —en el que se ejercitó durante tantos siglos desde su nacimiento— de la ambigüedad constitutiva del cristianismo como constructum doctrinal ha habilitado al poder eclesiástico para funcionar prácticamente como opio del pueblo —dicho con una frase que en su día hizo fortuna—, ya que sus aditivos cosméticos de beneficencia y paternalismo asistencial nunca han pretendido realmente cambiar nada, sino solamente proporcionar a sus miembros un suplemento de buena conciencia, y a la Iglesia misma un mínimo nivel de crédito como sedicente instancia de transformación social. Los sectores dirigentes de las clases dominantes a escala mundial, aunque como individuos hayan podido perder la fe, protegen de hecho a los poderes eclesiásticos y cultivan la propagación de mitos religiosos que contribuyen eficazmente —a veces, decisivamente— a apuntalar la estabilidad social en general, y de modo conspicuo en extensas zonas del mundo económicamente subdesarrollado, donde sólo la consolación de prácticas y de vivencias religiosas, con frecuencia fetichistas, evita que las masas oprimidas o marginadas se lancen desesperadamente a movimientos insurreccionales de imprevisibles consecuencias para los sistemas de obediencia y explotación. Alguien decía recientemente que Dios es el pan y la mantequilla de los indigentes; es conveniente, entonces, no quitárselo. Recordemos aquí la lapidaria sentencia de J. Lacan «la religión es el alivio a costa del juicio ». Se trata, naturalmente, del juicio de razón. La consolación ante una vida de privación y de dolor encuentra en el sentimiento religioso las raíces de sus fabulaciones. En último término, religio y terror mortis están directamente vinculados.
    Porque lo insuprimible no sólo es el dolor de una vida para sufrir —que es una muerte anticipada—, sino también y sobre todo la muerte indefectible y definitiva en el atroz instante de la cesación de toda forma de existencia. La angustia de esta certeza es la matriz última del sentimiento religioso. Como la muerte representa la amenaza total que la experiencia cotidiana nos confirma, los tabúes culturales contra la idea de muerte constituyen la expresión eminente de los mecanismos psicológicos de seguridad vital que las religiones generan. Aquí se encuentran, y en definitiva sólo aquí confraternizan, el rico y el pobre. Porque la muerte es el suceso universal e ineludible.
    Ante la expectativa cierta de algo que jamás cesa, las religiones, en cuanto sistemas de ficciones que pretenden garantizar contra la muerte, aún disfrutarán de un margen de durabilidad indefinible, tan extenso como la duración de la impotencia práctica de la mente y la voluntad humanas para asumir íntegramente la muerte como el hecho natural concomitante e indisolublemente asociado con la vida. Mientras tanto, las Iglesias continuarán con el negocio de la salvación como promesa de inmortalidad, y el ser humano seguirá soportando las hipotecas que sobre su propia dignidad intelectual engendra el miedo.
    Asentada en esta base común a toda religión, la praxis de las Iglesias cristianas —salvo en excepcionales y fugaces coyunturas históricas, como sucedió con el fallido escatologismo revolucionario de Jesús— ha funcionado connaturalmente como perpetuadora del orden social. Incluso en las sociedades occidentales desarrolladas, los poderes hegemónicos intentan ahora abiertamente restaurar la fe religiosa —con sus inigualables resortes de disciplina social y de control ideológico— con el fin de fortalecer los mecanismos de la integración colectiva y del consenso institucional que resultan indispensables para la supervivencia de estas sociedades. Las múltiples formas de coerción individual y colectiva que ejerce la Iglesia a través de su red institucional de dominación sobre las conciencias y sobre las conductas aparecen hoy de nuevo como factores de importancia preferente en la contención de todo movimiento susceptible de destruir la continuidad del orden social vigente. Por consiguiente, lo que actualmente se presenta como relevante en el espacio de la fe es, desde la perspectiva social, la capacidad de las Iglesias cristianas —y de otras comunidades religiosas— para galvanizar y potenciar tácticamente las fuerzas sustentadoras del orden vigente de dominación que han impuesto los poderes hegemónicos. La oposición y fragmentación dogmáticas de los credos religiosos desplazan engañosamente la atención de los observadores hacia las inevitables y tergiversadoras incoherencias y los eventuales antagonismos que el sistema mundial de dominación genera en virtud de su propia naturaleza de orden complejo de explotación. Bajo sus procesos sociales late eficazmente una potente y creciente solidaridad de intereses que vincula a los credos religiosos entre sí y, a su vez, con los poderes hegemónicos seculares.
  • AfrodriguezAfrodriguez Fernando de Rojas s.XV
    editado febrero 2012
    Hola, Senequista:

    Hecho en falta a tu definición "no-teatro", "no-diario", "no-historia", "no-artículo" y en el repertorio de ensayistas españoles a:

    - Fernando Savater
    - José Antonio Marina
    - Antonio Escohotado
    - Rafael Sánchez Ferlosio
    - Julián Marías
    - Miguel de Unamuno
    - Julio Caro Baroja
    - Jon Juaristi
    - Asín-Palacios
    - José Luis Aranguren

    al menos en principio. Habría que dedicarle cierto tiempo y saldrían muchos más.

    Salud y libros.

    Antonio F. Rodríguez
    [La antigua Biblos]
    http://laAntiguaBiblos.blogspot.com
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