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BUTTERFLY (capítulo XLVII)

HORACIO VICTOR ROCHÓNHORACIO VICTOR ROCHÓN Gonzalo de Berceo s.XIII
editado mayo 2011 en Terror
CAPÍTULO XLVII


Cansado pero feliz de por fin haber llegado, James ingresó a su residencia.
Tras cerrar la puerta de entrada, dejó el burdo equipaje que cargaba, a un costado. El arrojarlo a un rincón, significaba, que quedaba terminada la larga odisea martirizante que había resultado ser el regreso a su patria. Desprendiéndose de aquel saco sucio, hacía de cuenta que cerraba un libro de viajes que nunca debió haber abierto con su errónea partida; y esperaba que en esas manchadas páginas que representaban los harapos, no se perdieran los párrafos referentes a la esperanza de él, el amor de Ana y la amistad de Caw; todos los cuales, suponía vigentes.
Encendió luego la gran lámpara de la sala, iluminándola tan ampliamente, que, hasta la hora que marcaba el reloj que se hallaba sobre la estufa, se veía con claridad.
Era muy tarde en la noche. Y aunque James deseaba ansiosamente reencontrarse con su prometida, entendió que, acudir y molestarla a esas altas horas, no era prudente; y menos sin antes consultar a Caw. Primero debía ponerse al tanto de todo lo ocurrido, saber cual era su situación y que deparaba. Tenía, además, que ver a Caw, no solo como amigo, sino también en calidad de paciente, pues su ojo así lo requería. Ya no le aquejaba este; solo le hacía fría compañía. Pero era indudable que algo dentro de él estaba ocurriendo.
Decidido a ir a descansar, ascendió por la escalera que conducía al piso de arriba. Después ingresó a su estudio, encendió la luz principal a mitad del cuarto, y dejó sobre la mesa de allí, la daga que el capitán le regalara en buena hora. Echó una ojeada y, viendo que todo estaba en orden, se dispuso a retirarse hacia el dormitorio.
A medio camino por el estudio, un repentino hormigueo surgido del ojo colorido, se extendió por su cabeza.
Se detuvo y parpadeo seguidas veces hasta que la molestia desapareció. Y cuando ya reiniciaba el avance, una nueva e inesperada puntada de dolor irrumpió en su cráneo, horriblemente.
Sintió como algo se revolvía incesantemente en la cuenca del ojo, haciéndolo enloquecer, y entonces tomó su cabeza con ambas manos, presionándola con fuerza.
Embestido por sorpresa y presa del descontrol, empezó a dar pasos torpemente; hacia delante y hacia atrás; hacia un costado y hacia el otro. Sin rumbo. El ataque lo desorientaba y le hacia perder el equilibrio.
Mientras esto ocurría, otra sensación, esta vez de somnolencia, comenzó a surgirle en todo el cuerpo y rápidamente primó sobre el dolor que lo acuciaba.
Sus pasos perdidos se enlentecieron cada vez más. Las manos resbalaron por su rostro, abandonándolo, para quedar colgadas a los costados y, por último, inconciente, cayó al suelo, de lado.
Ahora el biólogo yacía inerte sobre la alfombra del cuarto de estudio, en la mitad de la noche. Solo en su morada, sin nadie que lo asistiera.
La totalidad de los músculos del cuerpo permanecieron relajados, incluidos los de las facciones de la cara. Todos, excepto dos párpados; los del lado izquierdo.
La superficie de estos, ondeaba sin parar de un extremo al otro del ojo, y la prominente cresta que la encumbraba, se alzaba osada con afán de salir.
Y eso fue lo que hizo. Cuando en una de sus carreras convulsivas encontró la juntura de los párpados, comenzó a emerger.
Primero fueron las patas, que, haciéndose lugar, se extendieron tanteando el exterior hasta hallar la ubicación correcta. Luego, afirmándose, se flexionaron permitiendo que asomase la cabeza y, más tarde, con gran trabajo, el resto del cuerpo.
Roja, envuelta en un baño sangriento, la surgente mariposa resbaló por el tabique de la nariz y rodó por la alfombra. Con movimientos torpes y temblorosos, intentó varias veces hasta que logró enderezarse y pararse. Tras ello, con maestría acicaló su cuerpo permitiendo así que las alas, que estaban pegadas al mismo, se pudieran separar, y al terminar, las desplegó bien y las batió sucesivamente para facilitar el secado.
Por último, cuando hubo culminado todo el aseo y los colores de la noche la engalanaron, se aprestó y echó a volar.

Comentarios

  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado mayo 2011
    uyyy, que terrible, como sería el dolor:eek::eek::rolleyes::cool:
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