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Los samuráis hoy

SwannSwann Anónimo s.XI
editado mayo 2008 en Ensayo
El samurái es uno de los grandes desconocidos de la cultura japonesa. Como ingenuos occidentales empachados de “pseudolículas” hollywoodienses nos figuramos al samurái cual guerrero sanguinario y falto de toda sensibilidad. No es exagerar decir que sí, los samuráis fueron de los guerreros más experimentados en el arte de la lucha y, sin duda, los más perseverantes en su adiestramiento; pero es ahí donde los directores y guionistas de la infamia cinematográfica arriba citada centran sus filmes. Y es lógico: es lo que más vende, lo que el público pide. Pero nada menos interesante en la vida del samurái. Su faceta más fructífera, culturalmente hablando, no es la guerrera sino la espiritual. Desde la infancia dedicaban su vida a un conjunto de principios morales, que bien podían ser buenos o malos, ahí yo no entro; pero lo que está claro es que primaba la entrega y el esfuerzo. Se entregaban en cuerpo y alma (permítaseme utilizar está expresión citada hasta la saciedad, pero es que aquí es cierta en todo su sentido) a dominar el arte de la espada, a su meditación y gozaban de tiempo para buscar la quietud de la mente: “la vida en cada sorbo de aire”. No se jactaban de su buena condición; al contrario, su propio código ético les exigía mostrar grandes dosis de humildad y modestia, arrodillarse ante aquéllos que lo merecían y, sobre todo, mantener su honor intacto incluso quitándose la vida a la pérdida o mancillación del mismo.

La risa a punto de romper a llorar al posar la vista hacia ésta nuestra sociedad occidental, donde la inmediatez prima por encima de cualquier esfuerzo, donde el honor se perdió hace años, donde la concepción de alcanzar la gloria es tiburonear hacia los altos cargos de una empresa o partido y regir sobre los subordinados que antes eran amigos. ¿Y todo para qué? Para hacer demagogia a fin de ganarse los corruptos y vendidos corazones del pueblo iletrado. Y es eso lo que más me cabrea; me causa mucha más repulsión los que se dejan engañar y estafar, esto es, la estupidez voluntaria, que los canallas que luego se aprovechan de ellos.

Los hay, ignorantes por supuesto, que critican a los samuráis por ser unos burdos asesinos genocidas que imperaron desde hace casi un siglo en las islas de Japón. Es absurdo, por un lado, poner en tela de juicio unos principios morales tan antiguos desde nuestra actual sociedad pacífica y vegetariana. Se está juzgando a partir de unos valores éticos que antes simplemente no existían. Para los samuráis matar y vencer al enemigo significaba la gloria y mantener el honor; e igual hacían otros guerreros y grandes conquistadores más famosos como Alejandro Magno. Es totalmente estúpido juzgarles cuando para ellos ésos eran los principios morales a valorar y el concepto de alcanzar la gloria era muy distinto al actual siendo éste increíblemente más lamentable.

Por otro lado, claro está que en occidente los dirigentes fueron estupendos y adorables y ninguna institución religiosa o moral instaba a las gentes a matar despiadadamente a sus enemigos. Al contrario: el Estado se encargaba personalmente de ello. La Inquisición Española, por citar un ejemplo, fue una institución pacífica que velaba por salvaguardar la unidad, la exclusividad y la pulcridad de la Santa Religión Católica. Para sonsacar información al acusado el Santo Oficio utilizaba apacibles métodos de tortura a fin de que los acusados de herejía confesaran sus terribles pecados. Una vez finalizado el interrogatorio lo mandaban al brazo secular que, de forma gratuita, lo incineraba o lo decapitaba, al gusto, en público: cuando se trataba de grandes figuras; o en privado: si había muchos reos en la cola y no había tiempo para ajusticiarlos. Así actuaban los antepasados de los que ahora critican a los samuráis. Así escupen en la cara a una elevadísima y refinadísima cultura, que al entrar en conflicto armado por lo menos daban una muerte digna a su enemigo dándole la oportunidad de defenderse con una espada. De este modo envenenan la historia aquellos que ahora son el estandarte de la estupidez y del arribismo, aquellos que hacen gala de la ignorancia voluntaria más extrema, aquellos que aún defienden a una religión corrupta haciendo notar otro fracaso más de la inteligencia y del sentido común. A todos aquellos: percátense de mi más sentido desprecio.

Barcelona, 10 de mayo de 2008




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