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Post Apocaliptico

Anasurimbor KellhusAnasurimbor Kellhus Gonzalo de Berceo s.XIII
editado abril 2011 en Ciencia Ficción
Saludos, soy nuevo aqui y queria conocer la opinion de un trabajo que llevaba tiempo haciendo. Aqui va. Comenten e indiquenme los posibles errores. Saludos.

A lo largo de esta extensa narración prevalecerá una interrogante que se perpetuara hasta el final de la misma: ¿Por qué escribo yo esto.
El “porqué” siempre ha sido el inevitable sinónimo a la “causa”, y es esta última un elemento universal que siempre existió allí, pero nadie ha sido capaz de poner su concentración sobre ella.
Causa y Efecto.
¿Qué causa provoco este efecto?
¿Qué motivo me impulsa a escribir la narración de mi extensa vida?
En este actual mundo de mediados del siglo XXI ya pocos son los motivos reales que no disten de entre los antojos de un anciano a poco de morir y los deseos de perpetuar la memoria de un hombre en un mundo que está a punto de terminar.
Y ninguno de esos son los motivos.
Si, la tuberculosis me matara dentro de poco, y como yo, son muchos los ancianos que perpetuán sus recuerdos en este mundo donde apenas estos existen. Pero mi vida no dista demasiado de la vivida por otros hombres. Fui un humilde individuo que nació apenas pocos años después del inicio del Acontecimiento, y dudo mucho que prevalezcan demasiadas diferencias entre nosotros, los Ancianos del Mundo Viejo.
Le llamo Acontecimiento porque, bajo circunstancias ajenas a nuestro control, hasta el día de hoy demasiados son los nombres que denominan a aquel desastre donde, sin poder preverlo, una guerra civil mundial acabo con todo.
Le llamo Acontecimiento porque, en todo lo que la historia conocida abarca, ningún organismo unicelular o pluricelular de características parasitarias había podido provocar lo que por muchos siglos los más sádicos de los hombres han sido incapaces de ejercer: caos universal e instantáneo.
Le llamo Acontecimiento porque, de entre todos los acontecimientos históricos, figuró como aquel único que no requirió de la influencia del hombre para dejar su marca sobre la tierra.
Pero… por dios… ya me estoy desviando excesivamente del original tema.
¿Por qué escribo esto?
Mi condición de anciano dista demasiado de ser el factor causal, y menos aun los siempre amenazantes infectados que por allí siguen rondando independientes y violentos.
Es, gracias al sacrificio de muchos, aquella amenaza no más que un simple recuerdo del mal que se conserva en los corazones de todos los hombres. Ellos se extinguirán…tarde o temprano así acontecerá. Pero con el transcurrir de los años de mi vida comprendí, bajo la influencia que la bala, la pólvora y la sangre, que el mal es, como Dios, imperecedero. Aun muertos todos Ellos, por atormentador que suene la realidad, el mal resurgirá con otra forma. ¡Y además, aprende, por el amor al cielo! El mal es cual niño malicioso que aprende de sus deslices, y perfecciona sus actos con mayor fuerza que anteriormente.
Ellos morirán, pero reencarnaran nuevamente.
Pero siendo aun así de imperecedero, no es ese mal lo que me motiva a escribir esto.
¿Qué me motiva?
¿Qué me impulsa?
Es como si fuera algo tallado en mi subconsciente. Algún cabo suelto a lo largo de mi vida, y que la sola idea de mi muerte inevitable hubiese despertado en mi una urgencia incontenible de hurgar en mi pasado. Explorar a mi pasado con tal de hallar ese cabo suelto oculto en la incógnita.
¿Pero porque escribirlo?, ¿no podría solo hacer una compleja remembranza de ese extenso pasado mío y toparme con esos recuerdos precisos?
A menos que… fuese menester tener un registro preciso de la gran crónica de mi vida… porque, quizá, esos cabos sueltos se hallasen dispersos, ocultos como fragmentos de un gran rompecabezas en diversos recuerdos. Recuerdos que he desecho de mi consciencia, pero preservados en los más recónditos rincones del subconsciente.
¿Y que habrá pasado en esos acontecimientos de mi vida como para que haya optado por olvidarlo?
La verdad esto me asusta. Me asusta lo que pueda encontrar en esos recuerdos. Pero tengo que; no alcanzare la paz en la muerte de no hacerlo.
Y quizá, solo quizá, estos escritos sean encontrados por las futuras generaciones que reconstruirán este mundo que nuestro mal hizo pedazos. Quizá, solo quizá, dentro de esos recuerdos prevalezca una lección que valdría mucho ser preservada en la memoria. Quizá, solo quizá, hacer esto valga la pena finalmente.
Antes de comenzar esta narración, he de aclarar el esencial detalle de que todo nombre aquí mencionado no es ni más ni menos que un mero atisbo de los reales nombres de aquellas personas que protagonizaron un papel en mi vida. Todo esto son solo meras medidas para la protección de tanto culpables como de inocentes, incluyéndome. Es, por tanto, este nombre no más que una simple alteración del real.
Por el momento, quienes lean esto pueden comprenderme por el nombre de Caín Abel Arcaya.



Gracias por leer :D

Comentarios

  • Anasurimbor KellhusAnasurimbor Kellhus Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado abril 2011
    ―“Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”― Edmund Burke
    Por lo que mis padres me contaron, pertenezco a la generación de los primeros hombres en nacer en los pocos años posteriores al Acontecimiento.
    Mi madre, la cual aquí citaremos como Beatriz Acuña, tiempos antes de conocer a mi padre, fue una prometedora estudiante de derecho en la Universidad del Zulia, y como una joven muy bien instruida, despertó sus intereses en las artes. Dichos intereses, según ella me conto, no emergieron del crepúsculo al alba, sino que fueron floreciendo cual crisálida de mariposa.
    Y entre sus intereses artísticos prevalecía la música y la literatura.
    Pero no fue sino a los diecinueve años cuando dicho interés se torno irresistible y agobiante. Un deseo por comprender más a fondo sus aficiones la llevo a conocer en 1992 a Delmiro Arcaya, mi padre.
    Este le ganaba en edad unos pocos meses, pero por lo que daba a entender su elocuencia, así como su tamaño, aparentaba unos pocos años más.
    Nacido en Caracas pocos meses antes que mi madre, Delmiro creció bajo un seno similar a Beatriz; mas hasta allí alcanzaban las similitudes.
    No creo que “bohemio” fuese el término más adecuado para darle un denominativo; apreciaba los lujos y siempre se le veía pulcro. Sin embargo, había algo en su personalidad… o más bien en su forma de mirar y escuchar que le apartaban del margen común de la sociedad de aquel entonces… su perspectiva… si, ese es el mejor de los términos.
    Mientras nosotros vemos a un mundo con los colores que se suponen allí están, él, cual perfecto daltónico, no percibía al mundo por sus colores superficiales, sino por los tonos esenciales de lo que son.
    Como decía él: «Ver al mundo por los colores que la gente espera que veas es el equivalente a ignorar la consagración más divina que Dios nos otorgó, hijo: El Libre Albedrio de los hombres… y de las mujeres
    Él buscaba siempre una definición concreta, siempre vista desde perspectivas alternativas, de todo cuanto veía y percibía; pensaba que dentro de alguna de esas perspectivas se hallaba el significado verdadero que Dios le concedió a los objetos del mundo
    Según me conto mi madre, le conoció casualmente por una llamada accidental, y de la cual no pudieron desprenderse por el curioso léxico que ambos empleaban
    Eran curiosamente… similares… y a la vez antagónicos
    Y cual cada caso que acontece en todos los ejemplos de las relaciones juveniles, entre ambos el enamoramiento floreció con aceleración considerable, y la manifestación del amor a través del coito se presento en aun menos tiempo.
    He de suponer bajo la más pura de las lógicas que de entre aquellos actos de amor se engendró el embrión de Helena Abel Arcaya, mi hermana mayor, y primogénita de nuestra rama familiar.


    Bajo circunstancias que se me negaron comprender, como si temieran que yo también viese a nuestro clan como un producto a lo que tener vergüenza, tanto Beatriz como Delmiro acabaron por adoptar un estilo de vida nómada semejante al de los gitanos
    La verdad es que me sorprende que hubiesen concebido tal idea estando ya a finales del siglo XX. Mas mi madre siempre aseveraba con palabras ilusionadas que “en ocasiones, las viejas costumbres del mundo antiguo tienden a resucitar cuando las nuevas costumbres se corrompen
    Estando ahora en el crepúsculo de mi vida, así como en la cúspide de mi saber, he de suponer que aquellas palabras no eran de mi madre, sino un reflejo alterado de la filosofía de mi padre.
    Fuese como fuese, los viajes nómadas de nuestra familia clandestina terminaron conllevándonos al tránsito por las regiones menos importantes de Venezuela; las urbes figuraban para nuestra estirpe una idea que nos repelía.
    Helena fue el primer fruto de la unión de mis progenitores. Esta nació a inicios de 1993, y a esta le fueron siguiendo Edgardo, Amaya y Jacinto―cada uno engendrándose respectivamente en los años 1995, 1999 y 1990(este último terminando por ser adoptado en uno de nuestros viajes) ―.
    Podríamos definirnos, esta vez sí, como una familia de perfectas características bohemias, viviendo de trabajos ocasionales―de los cuales nadie pretendió narrarme―, marginándonos de la dogma social y política. Una familia solo por el nombre; pues ni siquiera a los ojos de la ley existíamos.
    Éramos, resumiendo toda la cuestión, solo un nombre de fácil olvido. Un nombre solo perpetuado en la memoria; ni en el papel ni en los registros había sido alguna vez preservado. Un nombre solo existente en la débil reminiscencia de quienes nos conocían.
    Éramos solo un nombre…y creo que hasta nuestra familia exterior―abuelos, primos y tíos―habían borrado de su retentiva ese nombre.
    Mas aquella realidad era vista por parte de la perspectiva tan peculiar de nuestra familia, como la bendición suprema de Dios; «el olvido es―según decían nuestros progenitores―la máxima de todas las consagraciones de los que ven distinto al mundo, pues nos permite poseer una mayor concentración sobre nuestras muchas perspectivas sin la presión social del mundo distrayéndonos o apartándonos de nuestras creencias.»
    Más adelante dedicare un párrafo o dos para dar una explicación algo más detallada de esas «creencias». Antes deseo por encima de todo narrar lo que ocurrió después.
    Por supuesto, nos hallábamos muy lejos de ser una familia perfecta. Helena me contaba que mi madre criticaba a mi padre de vago e incompetente, y mi padre le respondía con ofensas sobre sus defectos con el cuidado de los niños y sus aficiones tan constantes con el cigarrillo. Mas toda riña que con tanto estruendo resonara dentro de las angostas paredes de nuestra caravana fenecía o por declinaciones por alguna de las dos partes o por los deseos lujuriosos que encendían y acarreaban dichas discusiones.
    No obstante, no valdría decir que aquellos conflictos se presentaran muy reiterativamente.
    Recuerdo cuando llego el día en que le pregunte a mi madre sobre él cómo y el porqué adoptaron a Jacinto. Tenía yo durante aquel entonces unos ocho años, y la curiosidad rebosaba con ardor y perpetuidad.
    ―Oh, que recuerdo fue aquel―me replico mi madre―. Creo que fue durante el 2002, y creo que durante aquel entonces viajábamos por algunos pueblos de Mérida, por allí al pie de la cordillera. No sé que vi yo en el, pero casi inmediatamente me enamore de él, así como tu padre. Creo, Caín, que en el vimos…nuestros ojos. ¡Y que solo estaba en el mundo! Tan apartado del amor de una madre y un padre como el cielo lo está de la tierra. Pedía limosna por las carreteras de entrada a uno de esos pueblos (aunque no recuerdo el nombre de ese en especifico), y su manera tan crítica y cambiante de vernos… bueno, digamos que él fue quien nos adopto a nosotros.


    Con aquellas palabras fui capaz de concebir una idea lo más próxima posible al hecho; aunque sospecho de detalles que ellos nunca llegaron a contarme, y he de suponer que jamás los voy a conocer.
    De una u otra forma, durante ocho prolongados años fue Jacinto el último hijo de la estirpe Arcaya, hasta bien llegado el Acontecimiento, donde la cólera de la muerte se esparció por lo que conocíamos como “Mundo”; nuestros conocimientos de los exteriores del mundo apenas nos indicaban que este no era plano como nuestra lógica afirmaba, sino redondo como Dios quiso.
    Por allí durante todo el tiempo que abarcaban los mediados del 2010, aquel periodo de insólita esterilización dio con su fin
    Dentro del vientre de mi madre, con la divina semilla de mi padre, comenzó la larga crónica de mi vida.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado abril 2011
    Hola bienvenida:D:):p
    Iba a empezar el primer capitulo, pero lo escribiste con todos esos caracteres, que no dejan apreciar bien, debes editarlo, para que se te entienda:eek::p
  • Anasurimbor KellhusAnasurimbor Kellhus Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado abril 2011
    Wow eso fue rapido XD. Ya lo hice y es fastidio XD. A ver si se puede ahora
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado abril 2011
    jajajaja, que rápidez en enmendarlo, está entretenida la historia, no vi errores de ortografia, seguiré leyéndote, sin muchas criticas:cool::p:):D
  • Anasurimbor KellhusAnasurimbor Kellhus Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado abril 2011
    "Me he dado cuenta que a menudo, los corazones de los hombres no son tan malos como sus actos, y casi nunca como la maldad de sus palabras.”―John Ronald Reuel Tolkien

    Aunque mi nacimiento aconteció entre los meses de mayo y julio, con las hecatombes del Acontecimiento, como si todo lo fabricado por el humano decayera en el perpetuo olvido, yo, y al igual que todos mis hermanos, comenzamos a tener como fecha de nacimiento el 7 de enero.
    No era aquel hecho, claro está, por los antojos de mis progenitores, sino el solo hecho de que, con la caída del hombre, cuestiones como los calendarios han ido declinando debido a la ignorancia de la humanidad superviviente sobre el cómo emplearlos. Según una vez Helena me conto, nuestro calendario se fundamentaba en el sol y las estaciones, y que siempre tendíamos a ejercer sobre él ciertos cambios para su óptimo funcionamiento.
    Pero sin los hombres que ofrecían sus esfuerzos en tales oficios, simplemente, nos vimos en la obligación de emplear durante el resto de los años el mismo calendario del 2010.
    Por lo tanto, he de confirmar, gente que lee esto, que nací, de la misma manera que todos mis hermanos, en el 7 de enero―lo cual figuraba también como una significativa ventaja, pues equivaldría a un único día donde tener que velar por la felicidad de los vástagos de la familia―.
    Mi nacimiento se presentó, según las aserciones de mi madre, sin demasiados problemas. Los típicos dolores del alumbramiento y sus consecuentes secuelas de debilidad; pero nada más. Era muy común, pues, que todos en nuestra estirpe naciesen de pequeños tamaños y pacificas conductas. Éramos muy… reservados en cuanto a escándalos; ni siquiera en el momento del parto provocamos un significativo bullicio.


    El Acontecimiento apenas sobre nosotros provoco algún impacto; como una calamidad concentrada especialmente en las grandes urbes, nosotros, quienes siempre las evitábamos, nunca tuvimos la desgracia de tropezarnos con Ellos.
    Ellos. Así era como mis padres les llamaban. Y no por el hecho de no tener nombre, sino porque, sencillamente, la nomenclatura que se les otorgaban carecía de un significado correcto y concreto.
    Recuerdo cuando una vez mi padre me conto, camino a Aragua, dejando a mi madre y a mis hermanos en la caravana mientras iba él paseando por los alrededores de los llanos, oculto, vislumbró él como Ellos, armados solo de cuchillos y hachas, provocaron toda clase de disturbios sobre el pueblo al cual íbamos dirigidos.
    ―Fue toda una carnicería―me contó―. Aunque me encontraba a unos treinta y cinco metros, podía ver como Ellos perseguían y asesinaban a todos en ese pequeño pueblo llanero. No era ninguna rebelión ni tampoco una guerra entre bandas; pues aquello no era una urbe. Durante aquel momento ignoraba lo que sucedía; pero inmediatamente me di cuenta que ni siquiera lo poblados pequeños eran seguros
    Por aquel evento fue como mi padre, y sucesivamente cada Arcaya, comprendió la triste situación en la que el mundo se hallaba envuelto.


    Así pues eludíamos cada lugar poblado por el hombre, evitando las presencias de esos demonios agresivos.
    Consecutivamente fuimos comprendiendo la grandeza de la situación: aunque los pueblos pequeños también se encontrasen sumidos en caos y muerte, nada comparado era con la guerra y el horror desatado en las grandes ciudades del país.
    Caracas, Valencia, Barquisimeto, Maracay y Maracaibo, como replicas de las arcaicas Guerras Civiles de Roma, figuraron como las primeras en caer. Y seguidamente todo el país.
    ¿Quiénes eran?
    Eran preguntas que solíamos preguntarnos todos nosotros.
    Bueno, todos menos yo; era durante aquel momento no más que un bebé.
    Durante nuestros viajes, la experiencia nos fue enseñando que solo con las pocas unidades que poseía nuestra familia resultaríamos incapaces de sobrevivir.
    Mentiría si dijera que aun eludiendo las grandes urbes no tuviéramos durante algún momento la desgracia de tropezarnos contra Ellos. Aunque no muy reiterativamente, ocasionalmente éramos victimas de emboscadas y asaltos por parte suya, y eran demasiado grandes las desdichas tenidas.
    Solo Ellos eran quienes morían, pero mucho peor que la muerte fueron las heridas psicológicas que fueron dejando marca en mis padres y hermanos. Helena fue, sin embargo, la más fuerte entre todos, la que preservaba la unidad en la desdicha. No sé cómo, pero su psique logro adaptarse mejor que los demás al infortunio que por el mundo se iba librando, y en solo cuestión de meses, sabia como recibir los golpes de la cruda realidad, y como responder con el doble de la fuerza.
    La más fuerte entre nosotros. La que nos mantuvo juntos hasta llegar hacia nuestro destino.


    Nuestros viajes no eran, en lo absoluto, errantes. Sabíamos muy bien cual era nuestro destino, y fue todo gracias a la agudeza de mi madre.
    ―Fue durante un encuentro ocasional que tuvimos con otra caravana de peregrinos en busca de mejores tierras. No tuvimos demasiada conversación con ellos, pero agradezco diariamente al Señor por habernos otorgado la dicha de encontrarnos con esas personas.
    ― ¿Qué sucedió, mamá?―le pregunté.
    ―Bueno, siempre he tenido el habito tan viejo de escuchar las conversaciones de otros, ¿sabes? No es que siempre quisiese oírlo; solo es algo casi involuntario. Inevitablemente pude oír dentro de sus conversación la discusión de si ir al sureste, hacia los territorios donde supuestamente la Confederación Copeyana de Bolívar había erradicado por completo a esos engendros, o hacia el noroeste, donde se habían formados en los extremos más distantes de Maracay una serie de urbanizaciones libres e independientes del conflicto. Escogimos finalmente el noroeste; nunca nos gustaron a tu padre y a mi perder la libertad por las exigencias de otros, y mucho menos bajo ideologías derechistas.
  • Anasurimbor KellhusAnasurimbor Kellhus Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado abril 2011
    Hace pocos párrafos llegue a mencionar las heridas psicológicas que fue padeciendo nuestro clan, y con el trascurrir de la narración me di cuenta de que si realmente deseo yo que ustedes―y yo―alcancemos comprender sobre los acontecimientos posteriores, es menester que describa con mensurado detalle los complejos que cada miembro de mi reducida parentela fue sufriendo.

    No las llamaría yo enfermedades en el estricto uso de la palabra; como tales, dichas cicatrices psicológicas no infringieron significativos y muy duraderos daños en la psique de quienes las sufrieron. Optaría por otorgarles nombres distintos…aunque de momento no los poseo.

    Cuando la gente llega a una edad donde su infancia no sufrió significativos tormentos, pero alcanza un periodo donde la razón apenas es incipiente, estas personas tienden a ser mucho más propensas a lesiones de las que muy difícilmente logran reponerse.

    Edgardo y Amaya fueron casos muy ejemplares.

    Como los únicos con quien mi padre era capaz de confiar, encomendaba a cada uno tareas por las que velar en tiempos de peligro. Tal fue en una ocasión cuando, en medio de la carretera, un escuadrón de cacería compuesto de quince de Ellos, y lo más aterrador era que habían sido armados todos con AK-47.

    Según Helena una ocasión me relato, solo teníamos en nuestro poder tan solo un par de Berettas 92 con los cartuchos completos. No había forma de esquivarles, y nuestra fuerza no se comparaba con la de ellos. Habríamos muerto seguramente, pero nosotros no éramos los objetivos. Curiosamente, un campamento a varias millas de nuestra posición se posaba sobre una pequeña colina. Planeábamos evitarle; desconocíamos si eran o no Ellos…o algo quizá peor.

    Ni Edgardo ni Amaya lo soportaron. Ellos fueron los únicos a quienes mi padre, el torpe de mi padre, mando a que observaran por medio de unos binoculares hurtados―si es que se le puede dar tal nombre a la toma de las pertenencias de un cadáver en un mundo donde dicha idea a duras penas existe―el acto.

    Ni siquiera se hallaban armados.

    Una caravana de hombres y mujeres sin más armamento que llaves inglesas y machetes de filo menudo, siendo destrozada a balas por esas criaturas.

    Un recuerdo estremecedor para mis hermanos, pues no dejaban de sucumbir en una perturbación con cada ocasión que les hacia alguna pregunta respecto al evento.
    Solo Edgardo era quien poseía el valor necesario para responder, aunque no sin notables dificultades en la evocación, a la pregunta:

    ―Por fuera parecerán personas comunes como tú o como yo, Caín. Pero créeme cuando te lo digo: nada más distante de la humanidad. Una vez que Ellos se toparon con personas como tú y yo…bueno, inhalaron con gran profundidad, y se tornaron en extremo agresivos. Demostraron su verdadera naturaleza, y esa naturaleza suya fue velozmente reflejada en sus ojos.

    ― ¿Qué hubo en sus ojos, Edgar?―pregunté.

    ―Odio, rabia, violencia. Todo eso que te puedas imaginar…aunque…esa parte blanca de los ojos, la esclerótica, rápidamente se volvió negra cual el carbón, y sus irises…bueno, algunos tenían sus irises rojas, otros azules y otros amarillas. Ojos de demonios.
    Sospecho que fueron esos ojos. Los ojos de Ellos. Ojos que infringieron una profunda herida en las psiques de Edgardo y Amaya. Durante largas semanas, según Helena, mi padre tuvo que recluirlos a cuidar tanto de mi como de mi madre, sustituyéndoles a con Jacinto y Helena. Solo Helena era lo adecuadamente diestra en el uso de las armas de fuego como para ayudar a mi padre en casos de que el empleo de estas resultasen ser el último recurso.

    En cuanto a Jacinto, al igual que a mi padre, podría decirse que él supo muy bien como esconder en sombras perpetuas sus cicatrices. Solo fue gracias a mi madre que supe qué clase de heridas fueron las afligidas. Según ella, las extensas horas de perpetua vigilia tendían a provocarles algunas alucinaciones con respecto a la ilusoria presencia de Ellos. Tanto padre como hermanastro percibían a aquellos ojos en la noche, asechando, aguardando a que se dieran vuelta, y, aventajándose de su manifiesto punto ciego, emerger de los mundos de la enloquecedora imaginación y atacarles impiadosamente.

    Era así todas las noches.

    Y tal era el miedo, que a poco se tornaba Nictofobia…y hasta sospecho que Jacinto obtuvo la desgracia de sufrir tal fobia.

    Mi madre, en cambio, fue la que menos salió afectada. No era que poseyese la fuerza que mi hermana poseía, sino que, simplemente, los asedios psicológicos aparentaban no haberla tocado. Como si ignorase lo que en torno a ella aconteciese. Como si yo y ella fuésemos todo su mundo.



    Fuimos entonces el clan Arcaya.

    Un clan de trastornados, dirían algunos. Pero de alguna manera, un clan que participo en un protagonismo dentro de los acontecimientos de la Colonia San Acacio de Aragua.

    Al año de mi nacimiento, nuestra familia había emprendido un viaje de cinco meses hacia el noroeste, en dirección a alguna parte de Aragua, al sureste de Maracay. Justamente en una zona donde urbanizaciones apartadas de las grandes urbes―y por ende del odio de Ellos―, las cuales terminaron por formar su propia autonomía.

    En cierta forma, cual ciudades-estado del mundo moderno.

    Una confederación de urbanizaciones independientes erigiéndose sobre las ruinas de un país que ya no existe. Allí fue a donde nos dirigimos. Allí fue a donde nos asentamos. Allí fue donde crecí.
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