¡Bienvenido/a!

Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!

Citadino

67pesado67pesado Anónimo s.XI
editado octubre 2010 en Erótica
Cuándo por fin se vació en ti ese tipo soso y sin imaginación, el poquísimo candor que te envolvía desapareció. Lo hiciste a un lado. Como pudiste te limpiaste la inmundicia que escurría por tus piernas.

Nunca has comprobado por qué después de hacer el amor (si a esto se puede llamar amor) Te hiere una intensa repulsión, un insatisfecho deseo que se desvanece al concluir la cópula. Tu manifiesta pasión queda truncada por el ego natural, de quien busca en estos pasatiempos sus orígenes y sus causas.

Terminas de arreglar tus ropas; tu faldita jeans tiene manchas blancuzcas de la frustrada batalla carnal. Preludio de algo que nunca llega a explotar. Será para la otra. Piensas.

— ¡Monik! ¡Monik!...



—Monik, hazme caso— Se oye la voz chillona del amante de turno.

—¡No!


— ¿Por qué?

—Olvídalo. Adiós...

— ¡Oye! Espera. ¡Te digo que esperes, maldita sea!

Compruebas una vez más lo infantiles que podemos ser los hombres. Sonríes y te vas.

Afuera la luz de la tarde baña tu figura casi perfecta. El tiempo ha sido benigno con tus 36 años. Despides sensualidad (cachonderia, como solemos decir).

Tus ojos claros, tu cabello largo que cae en onduladas cascadas sobre tus hombros. Tu breve indumentaria es incapaz de cubrir en algo, esa despierta desnudez de tu piel morena azúcar. Resume en poesía lo delicado de tu persona que distrae al paso de los peatones en plena avenida Insurgentes.

De inmediato buscas un taxi. El mohín de tus caderas al estirarte de puntitas al acecho de que llegue uno. El mío. .

Fue así como te conocí por única vez (y como supe de tus encuentros) Me abordaste; sin pudicia obsequiaste a la vista la flor vaginal, medio cubierta por la tirita transparente de tu bikini.

— ¿A dónde la llevo?

—A cualquier lugar menos aquí...


A esa hora el tránsito esta ligero. Mi carro, un viejo sedán alemán. Lo único mío en esta vida.

Jornada floja, con poco pasaje; por eso no me importó lo inexacto de la dirección. Manejaba descuidadamente. Barry White sonaba en mi radio y aunque no entendía nada, me sonaba nostálgica la tonada.

Íbamos callados, observabas el paisaje citadino distraída, elegante, con ese aire desdeñoso con grosera arrogancia. Del bolso negro extrajiste cigarrillos, tomaste uno. Pero no tenías encendedor.

En un semáforo rojo, te acerqué fuego. Una bocanada de humo mentolado invadió nuestros pulmones.

Hasta ese momento no habías reparado en mi persona):

— ¿A dónde me llevas?

—A cualquier lugar menos allí.

Respondí ambiguo. Una hilera blanca encerró tu risa de murmullos, húmedos y cristalinos.

— ¿Cómo te llamas?

—José Antonio Ruiz. ¿Sigo por aquí o prefiere otro camino?

—Sigue así. Nunca antes alguien entendió a dónde quería ir, después de estar en ninguna parte.

Una fumorola de mentol salió de tu boca directo al cielo. Sin que lo preguntaras, me dijiste tu nombre.

—Me llamo Monik, Mónica Fernández.

Entrábamos a un barrio bravo, famoso por el desprecio que se tiene a sí mismo. Después de mucho viajar, la aguja del combustible se acercaba peligrosamente a su límite.

Entré a una estación de gasolina.

— ¿Cuánto?
— ¡Lleno!

Un tipo prieto y sancovino, trataba de ver más de lo que mostrabas. Eso a ti no te inmutaba.

—Ten.

Tú mano de dedos finos y largas uñas, me extendieron un billete grande. Eso bastó para rozar la tibieza de tu piel suavecita. Mi alma se encogió ante la promesa de muchas sensaciones placenteras.

De nuevo en camino, algo irreal parecía colgar caprichoso en el ambiente nocturno de esa tarde que moría. Entramos a un corredor donde lujosos hoteles se alzaban majestuosos. Me miraste suplicante.

— ¡Ahí para!—

Tronó tu voz. Sólo obedecí. El estacionamiento yacía vacío como vacíos estábamos por dentro. Eso no importaba. Hacía calor. Nuestras bocas se buscaron en un beso ansioso, desquiciante. Mis manos se abrieron por entre tu falda jeans y tu bikini transparente. Me aferré a tu caliente vagina; tú con inusual determinación asías el erecto miembro, tras franquear el cierre y la truza.

No sé si fueron tres minutos o una hora, lo que duró la caricia. Pero todo cuanto empieza acaba...

Nunca hallaré respuesta, siempre habrá la interrogante en torno a esto. Qué sucedió, o peor aun, nunca pasó nada.

Y sin embargo nos dijimos adiós en ese mismo lugar, en el estacionamiento del lujoso hotel. Te dejé. Después de todo, tu pagaste la gasolina y todavía me sobró cambio. Por otro lado, de algo te cercioraste:

—No todos somos igual

Fin


mario a.

Comentarios

  • FilocratesFilocrates Fernando de Rojas s.XV
    editado octubre 2010
    [FONT=&quot]Me hizo acordar a la canción del taxista de Ricardo Arjona.[/FONT]
    [FONT=&quot]Por momentos hay mucha poesía en el texto y por momentos…… y por momentos no, solo erotismo, pero bien narrado el texto, aunque pareciera que la conociera de toda la vida para haber estado con ella solo una vez, pero bien, que mas puedo decir. Bien. Espero leerte en alguna otra sección.[/FONT]
    [FONT=&quot]Nos leemos.[/FONT]
  • 67pesado67pesado Anónimo s.XI
    editado octubre 2010
    gracias, por tu lectura.

    aunque suene pretencioso, en ningun momento pense en la cancion de arjona. mas bien visualice una fantasia sexual, de esas que en ocasiones tenemos.



    gracias de nuevo, paso a visitarte.

    mario a.

    asw
Accede o Regístrate para comentar.


Para entrar en contacto con nosotros escríbenos a informa (arroba) forodeliteratura.com