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Aigoul o la hospitalidad kazaja

ShaiantiShaianti Fray Luis de León XVI
editado junio 2011 en Erótica
Me encontraba en Kazajstan en el curso de negociaciones comerciales con uno de los bancos más importantes del país. Tras dos días de reuniones intensas en las que la comunicación a través de los intérpretes se había hecho difícil y agotadora, por no hablar de las comidas de infarto, donde la bebida más ligera era el cognac y el plato más dietético la tortilla con higadillos, fui invitado por el presidente del banco a pasar el fin de semana en una dacha a unos veinte kilómetros de Alma Ata, la antigua capital, bajo las laderas del monte Tien Shan. Me acompañaría el chofer e intérprete Andrej, puesto a disposición por el banco.

La hospitalidad kazaja forma parte intrínseca de la cultura de este pueblo, en línea con la tradición yaruslik de acogida al recién llegado a cuyas reglas éste no se puede negar.
La dacha era de madera, construída sobre dos plantas; en su interior las habitaciones eran contiguas unas con otras. Cuando llegué había ya una docena de invitados, todos hombres que habían venido a cazar ciervos, carneros e íbices en los espesos bosques de coníferas.
El paisaje era incontaminado, el frío intenso, aunque aún no había nieve. En el interior de la dacha la temperatura era agradable y el alcohol corría a caudales. Yo andaba ya por mis cuarenta y tantos y había viajado y experimentado mucho, pero la manifestación de tanta hombría exultante me amedrentó.

Andrej me explicó que antes de la cena, a base de cordero cuya cabeza sería repartida, en una ceremonia especial entre los invitados, a cada cual su parte correspondiente: ojos, orejas, lengua, según las capacidades demostradas en las negociaciones, me llevaría a una sauna en el cercano Baño.
(Para la crónica mencionaré que en dicha cena, la parte que me correspondió fueron las orejas, -de las cuales pude esconder sólo una, bajo un lecho de lechuga mustia-, por ser hombre de pocas palabras y más propenso a escuchar y entender los requisitos del cliente. La otra la tragué en un solo bocado ayudándome con un generoso trago de vodka.)

Pero volviendo al asunto de la sauna, yo temblaba ante la expectativa del “baño” entre caballeros y bajo el conocido lema local: “no te puedes negar para no ofender”.

Andrej me acompañó a la sauna, otra pequeña construcción en madera a pocas decenas de metros de la dacha. En ella también había varias habitaciones, algunas más grandes, para varias personas a la vez, con sencillos bancos donde sentarse o echarse, y en el centro una bañera circular con escalones. Me dejó en un pequeño local donde me desvestí y me entregó una toalla para cubrirme. Se despidió de mi hasta la cena con sonrisa cómplice, tras explicarme que de ahora en adelante de mi se ocuparía Aigoul. Me imaginé un grueso mogol con taparrabo y cabeza pelada, de piel untada y manos enormes; a este punto me dije: “que sea lo que Dios quiera por el contrato”.

Ahora recuerdo como en un sueño, ocurrido en otra vida, en una dimensión sin tiempo, todas las sensaciones vividas en aquella sauna.
Al poco de irse Andrej, entró un mujer bellísima, de rasgos mongoles como la mayor parte de la población kazaja, delgada, no muy alta, con anchas caderas, y muy joven: Aigoul. El pelo negro, liso y largo, cubría apenas el pecho pequeño y lleno. Una tela colorada le ceñía la estrecha cintura.
Desde aquel momento, como por encanto, me abandoné a las indicaciones que ella me dió con voz suave y musical, sin entender nada de lo que me decía.
Me ofreció una taza de caldo caliente. Más tarde supe que el caldo, hecho con cuerno de ciervo y otros ingredientes que prefiero no recordar, es una bebida tradicional, -hoy en día ilegal-, para aumentar el vigor sexual del hombre (está prohibida a las mujeres por sus efectos afrodisíacos pues podrían llegar a perder la cordura, dicen ellos). El caldo también serviría como líquido hidratante antes de la sauna de calor. Luego constaté también que sus efectos duran varios días.

Aigoul me condujo primero a la sauna,un diminuto local donde ardían piedras en un rincón y donde me senté en el único banco de madera. Tras diez minutos de calor intenso volvió para llevarme a una bañera circular a la que se descendía por unos escalones. Me dejó en el agua helada cuyo contraste mi cuerpo agradeció como en el día más caluroso de verano.
Después del baño, cuando la piel ya había vuelto a su temperatura habitual, Aigoul me hizo reclinar sobre una mesa acolchada, boca abajo, y me indicó que me quitara la sábana. Obedecí sumiso –hasta entonces no me había mostrado desnudo ante ella-, y comenzó a masajearme los hombros y la espalda. Sus dedos pequeños presionaban alrededor de mis vértebras y músculos dorsales los cuales cedían a su tacto firme.

Me mostró un ramillete de una planta que supuse fuese arándano. Lo golpeó suavemente sobre mi piel, desde los hombros hasta los pies, sin descuidar los glúteos. El contacto de las hojas me producía cosquilleo y placer a la vez. Imaginé que serviría para abrir los poros y limpiarlos. Pensé, sonriendo, que terminado el tratamiento, habría tenido la piel de un bebé.
Después de las fustigaciones y del masaje, me llevó a otra bañera, esta vez de agua muy caliente y me ofreció otra taza de caldo. Ella iba y volvía, tal vez atendiendo a otros clientes.
El paso del calor al frío y del frío al calor, el tratamiento empleado, el caldo que había bebido, el rostro y la voz de Aigoul: todo me hacía sentir un bienestar, un placer epidérmico, un nuevo vigor que rápidamente me hizo alcanzar un estado de excitada embriaguez.

Al salir de la bañera caliente, Aigoul me condujo a un cuarto pequeño, cubierto de alfombras y pieles, donde ardía un fuego aromático en la chimenea. Esta vez me acostó en una cama baja, más ancha, y me cubrió con una pesada manta de lana. Hubiese dado cualquier cosa por seguir en su compañía ahora que había superado el susto anterior, cuando me había visto en la dacha entre tantos valorosos cazadores.

Pensé que me dejaría ahí, descansando, pero para mi sorpresa se quitó la tela que hasta entonces le había cubierto la cintura como un pareo, y con silenciosa agilidad se me subió encima bajo las mantas.
En cuclillas y desnuda se colocó sobre mi abdómen; su cuerpo se movía ligero como una gacela, con destreza. Me masajeó el rostro, los ojos, los brazos, con suaves toques de las yemas. El contacto de su desnudez sobre mi cuerpo ya fue suficiente para desencadenar un deseo ardiente de penetrarla.
Luego empezó a moverse frotando su sexo sobre mi nariz y barbilla, evitando la boca, hasta llegar al pecho y los pezones. Todos los poros de mi piel estaban estimulados por el baño, el masaje y creo, el caldo que había bebido.
A este punto mi pene enarbolabo tiraba dolorosamente. Aigoul se movía con un vaivén rítmico y lento, en absoluto silencio. Estaba deseando que descendiese balanceándose con sus caderas hacia mi pelvis tendida. No usaba la boca ni tocaba mi sexo. Los minutos se hacían eternos.
Su maniobrar me mantenía en un estado de deseo extremo, pero sabía que debía dejar que ella llevase el juego y esperé, concentrándome en el placer, con los ojos cerrados. Siguió acariciándome con su sexo húmedo y cálido, masajeando mi piel con sus fluidos, embriagándome con su sensualidad.

Por fin descendió hacia mi pene que estaba enderezado como un obelisco. Cuando llegó a su altura, apenas lo rozó con los grandes labios, siguiendo un movimiento circular de sus caderas. Sintiendo su contacto sobre mi glande, ya no pude contener la erupción que de mi surgió, y que tras intensos segundos de éxtasis me dejó en un estado de sosegada semi inconsciencia.

En aquel momento comprendí y agradecí la tradicional hospitalidad kazaja.

El resto del fin de semana transcurrió en la dacha, entre vapores etílicos, olor a carne asada y reminiscencias de lo ocurrido en la sauna. Por fin regresé a la ciudad, al hotel donde dos días antes se había quedado Agnese, mi asistente, que por supuesto no había sido invitada a la dacha. Pensé en ir a saludarla a su habitación...

Comentarios

  • serranaserrana Juan Boscán s.XVI
    editado febrero 2010
    Shai, tú sí que sabes ponerle color a las cosas.
    Se me plantea la preguna ¿de dónde sacas conocimientos de lugares y costumbres? ¿viajas mucho o es producto de la lectura?
    No tienes que contestarme si no quieres pero no me culpes por preguntar.
    El libro que recuerdo con más cariño no sé ni su nombre. Pero lo recuerdo así porque tuvo la capacidad de trasladarme a un mundo alterno, algo así como lo que tu haces con esas descripciones, y mantenerme flotando 400 páginas. Era muy joven cuando lo leí pero aún cuando me preguntan cual fue el mejor libro que leí es el que me viene a la mente.
    Definitivamente eres muy bueno escribiendo.
  • ShaiantiShaianti Fray Luis de León XVI
    editado febrero 2010
    Gracias Serrana. Puedo contestar a tu pregunta sin problema: son ambas cosas, he viajado (y viajo) mucho y también he leído (aprendido) mucho.
    La experiencia narrada no es mía personal pero sí estuve allí por trabajo...:rolleyes:
  • ChumoskiChumoski Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado febrero 2010
    Sacrificado trabajo el de las Asistentes. Siempre lo he dicho, oye.
    :D

    Y fantástica hospitalidad la kazaja. Sí, señor.
    Que no falte de nada. Como debe ser.

    Está muy bien.
    Pero a mí me gusta más la masajista.
    (jajajajajaja!!!!!)

    La otra masajista, ya sabes...
    (más espontánea, ¿no?)
    :D

    Bravo, Shai!!!
  • ShaiantiShaianti Fray Luis de León XVI
    editado febrero 2010
    Gracias, Chumoski.
    Es cierto, la otra (masajista) lo hacía mejor. Aunque queda por ver la asistente...:rolleyes:
  • ShaiantiShaianti Fray Luis de León XVI
    editado marzo 2010
    borrado
  • Jack LondonJack London Garcilaso de la Vega XVI
    editado julio 2010
    Me siguen gustando tus relatos, Shai. Me imagino cómo evolucionará la historia en la segunda parte. A ver si acierto... ;)
  • solitohumorsolitohumor Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2011
    Parece gay o es mujer:

    hombría exultante me amedrentó.

    Aca se confirma:

    yo temblaba ante la expectativa del “baño” entre caballeros

    …es gay.

    Un texto es pantoso, parece que estuve leyendo la Wikipedia.

    Asqueroso, basura, si lo tienes en papel, te pido un favor:

    Préndelo fuego. Gracias.

    (Broma pesada, es un buen texto, atractivo, bien narrado, con datos interesantes, del que se espera más de lo que se entrega y que deja un aburrido suspenso (otra vez, es un buen texto))

    Críticos Saludos.



    A Palabras Necias...


    Una palabra necia es aquella que ha sido dicha con ignorancia (sin saber lo que se dice), imprudencia (en el momento en el que no se debe) o presunción (con mala intención). Normalmente son aquellas palabras que resultan críticas destructivas (en lugar de constructivas), es decir, para machacar a alguien en lugar de para intentar ayudarle, lo cual normalmente hacen nuestros enemigos y no nuestros amigos, por lo que no hay que hacerles demasiado caso porque pueden decirlas, no porque sea verdad, sino simplemente para hacer daño.

    Hacer oídos sordos significa no escuchar, hacer como si no se oyese nada, como si fuésemos sordos de verdad.

    Si sumamos las dos partes de la frase veremos como lo de a palabras necias, oídos sordos significa que no hay que hacer caso a la gente que habla sin conocimiento o sólo dice cosas malas de nosotros para hacernos daño, sin ningún ánimo de ayudarnos o aconsejarnos.

    Así que antes de que os afecten los comentarios negativos que podáis recibir, primero mirad quién los hace y con qué ánimo (intención), porque si son palabras necias es mejor hacer oídos sordos.

    Y a continuación os voy a incluir una frase equivalente a la anterior pero sólo apta para los “usuarios” avanzados: a vocablos malsonantes pronunciados por laringes atrofiadas, trompas de Eustaquio en estado letárgico. Ahí queda eso…



    http://erasmusv.wordpress.com/2007/09/26/a-palabras-necias-oidos-sordos/
  • DragonDragon Lope de Vega s.XVII
    editado abril 2011
    Me ha dejado...impresionada la verdad.Al entrar aqui,me esperaba otra cosa,pero he encontrado un relato para nada aburrido,entretenido y lleno de sensualidad.
    Unnnn.....no hay baños de esos para mujeres?Yo sólo pregunto.Saludos.
  • JMCHJMCH Pedro Abad s.XII
    editado abril 2011
    Me quedo, sobre todo, y todo lo demás está magnífico, con el final tan contenido: por un lado el relato es muy explícito en lo sexual, y por otra parte no se recrea en demasiados detalles y el final es lo suficientemente sutil (tanto el final de lo sucedido en la sauna, como la frase final sobre la secretaria). Es difícil encontrar relatos eróticos que sean buenos tanto en lo narrativo como en lo erótico. Espero más historias tuyas.
  • solitohumorsolitohumor Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2011
    si pero yo tengo el alma marchita.........
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado abril 2011
    Echele aguita para que florezca de nuevo:D:D:):p:p:D
  • ShaiantiShaianti Fray Luis de León XVI
    editado abril 2011
    ¡Gracias amigos!

    Solitohumor, ya veo que has invocado el mea culpa. Ahora puedes seguir leyendo mis historias si quieres. De todas formas creo que tienes razón con lo de enciclopédico, pero es que me gusta mantenerme realista...

    Dragon, como dije en alguna parte, a las mujeres les está prohibido beber el caldo de médula de cuerno de ciervo, por ser en ellas demasiado eficaz...ains!

    JMCH, gracias por tu generoso comentario. Puedes leer la continuación (con la secretaria!) por estas páginas, donde también encontrarás a una masajista romana que dejé por aquí, curando lumbagos...

    Amparo, cariñet, como decían los latinos, si son rosas, florecerán. Un abrazo.
  • DragonDragon Lope de Vega s.XVII
    editado abril 2011
    Una lástima que no nos dejen beber de ese caldo!!
    Talvez será porque tienen miedo de que seamos más...efusivas?
  • guz eguz e Anónimo s.XI
    editado junio 2011
    Que buena su prosa Sahianti, parecería que uno la vive, las imágenes lo van envolviendo palmo a palmo atrapando al lector en la trama. Erotismo fino y bien logrado. Saludos.
  • ShaiantiShaianti Fray Luis de León XVI
    editado junio 2011
    Gracias Guz, también me gustó su comentario. Si interesa, hay alguna otra historia mía por aquí (la masajista, el tren...) y muchas más en narrativa.;)
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