Mmmh... El título es un poco aterrador...
Bueno, voy a intentarlo:
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Dos sujetos.
Es todo lo que hay por la calle, aunque no deben ser moco de pavo para ir por ahí a estas horas. Las farolas apenas trazan sus siluetas, la línea que los separa de la noche del color de aquellas gabardinas.
Al principio puede parecer que van juntos. Luego, si te fijas correctamente, la respiración del que va delante es más agitada, sus pasos más rápidos, señalando que está siendo claramente seguido. Sin embargo, el fornido individuo que lo persigue, que es tan grande como un armario, tan sólo necesita echar un paso más largo para seguirle el ritmo.
Lo ves venir, el de delante echa a correr. Entonces, no le queda otro remedio al de atrás que alcanzarlo. No tardará en darle alcance: Sus piernas son más largas y él en sí mismo es mucho más resistente, se deduce porque ni si quiera jadea.
También imaginarás lo desastroso que sería un tropiezo.
Un maldito bache es todo lo que se necesita en su camino para dejarlo tumbado. Esa grieta que firma su destino, como la causante de su desdicha.
Desesperadamente, intenta en un acto casi penoso levantarse, mas sus piernas no le responden. Se gira, viendo venir al depredador, siendo consciente de quién es la presa. El miedo parece ahogarlo, suda por todo el cuerpo, sus pulmones se hinchan cada vez más rápidamente, y da la impresión de que los ojos saltarán de su órbita en cualquier momento.
Tiembla, cada espasmo más fuerte que el anterior, y aunque mueve la boca no emite mas que un gorgojeo, como si el cable de sonido estuviera desenchufado. Sólo ve y oye, oye y ve a la bestia que tiene a escasos metros de él. Se queda agazapado, porque ya no sabe qué más hacer. Tampoco sabe quién demonios le está persiguiendo ni por qué. Todo lo que ha hecho hasta ahora ha sido respuesta de su intuición y el instinto de que el peligro estaba cerca.
La vocecilla de la razón despierta y se dice a sí mismo que debe ser un error, ¿Por qué iba a correr peligro? Si total, era otro ciudadano más de aquella negra ciudad. Sus sacudidas se calmaron, y de nuevo el pecho volvió a moverse a la velocidad normal. Entonces, con una sonrisa cínica, le dice al desconocido:
- Perdona, creía que me estabas siguien...
La voz vuelve a apagarse, un destello metálico le ha cegado, aunque recuerde perfectamente el contorno de un cuchillo en una mano enguantada.
- Eh... Lo siento, yo de veras... ¡Tengo prisa! -y levantándose de golpe se giró en redondo, mientras evitaba mirarle la cara. No dio ningún paso, de todas formas. El señor lo había apresado por el brazo, y ahora le miraba a los ojos. Grises, como aquella noche azulada, tan infinitos e inexplicables como ella. La diferencia, es que en ellos no había belleza alguna, sólo locura y sed de sangre.
- Tú... -gimoteó el pobre hombre, que ya estaba acongojado por la situación. El extraño le apresó las manos, atándolas con una cuerda que apareció como por arte de magia.- Espera, ¡¿Qué haces?! -gritaba la víctima, desesperada.
- Heh... -el cuchillo probó la sangre, abrió con delicadeza un pequeño corte en su mejilla. Después, se clavó con fuerza en uno de sus ojos.
- ¡¡¡¡¡AAAAAHHHHHHH!!!!! -chilló la víctima, con todas sus energías, mientras el dolor lo enloquecía y la sangre se deslizaba por sus mejillas, mezclado con lágrimas.
- Grita, ¡Grita! ¡No hay nadie por aquí! Pero no te preocupes, no te mataré -dijo con una voz siniestra, tan grave y metálica que daría escalofríos al propio Dios.
Porque aquel ser no podía ser hijo de Dios.
Siguió con su tarea, "deslizar y desgarrar", dándole tiempo al desgraciado para saber dónde iba a hundirse la próxima vez, en qué parte de su piel sentiría esa atroz sensación de hierro al rojo vivo. Gritaba, gritaba tanto que sus cuerdas vocales se deshicieron, y no podía más que gemir con rabia, sin poder desmayarse y olvidar todo aquel insufrible dolor.
- Pa... ra... -no se escuchó, pero era lo que leía en sus labios y en su único ojo.
- Bien, ya me he cansado... Adiós -se despidió, más feliz que un niño con zapatos nuevos, dejando al moribundo hombre en un estado crítico- Oh, ¿Te duele? Podrías habérmelo dicho -sonrió.
Una sonrisa carente de dientes, por cierto.
Desde entonces, aquel hombre jamás se recuperó de tal tortura.
De hecho, sigo llevando este parche donde se encontraba mi ojo izquierdo.
Comentarios
Todo el tiempo pensé que tendría un final feliz pero me sorprendí y eso me agrada..