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Una nueva oportunidad 3

LostLost Anónimo s.XI
editado febrero 2010 en Ciencia Ficción
HELENA

Un despertar más, bajo el estridente sonido de aquel despertador barato. Una mano de piel suave y femenina, descendió en picado para acabar con el alboroto de un impetuoso puñetazo. Retiró la sábana de manera brusca, malhumorada. Saltó del colchón para afrontar un odioso día más en su asquerosa rutina: por la mañana, universidad; por la tarde, trabajo.
Desayunó precipitadamente, como de costumbre, y se cepilló delante del espejo redondo del baño. El reflejo le devolvía sus rasgos orientales totalmente apagados por el sueño y el cansancio. Aquel ritmo era superior a sus fuerzas, ni ocio, ni diversión; sólo deber.
Tras vestirse con un jersey azul de cuello vuelto y unos vaqueros viejos, se cepilló el pelo para dar una imagen más presentable ante la sociedad; aunque lo que era a ella, le importaba más bien poco. Cogió el metro de la línea 6, directa a entrar en la facultad, puntual como un reloj. Por el camino, en el vagón y en la calle encontró al menos cinco sonrisas y dos parejas felices, intercambiando besos y miradas llenas de aquel lujo ajeno a muchas vidas.
Entró en el aula prácticamente al mismo tiempo que el profesor de primera hora, quien, por supuesto, no se molestó ni en advertir su presencia. Ya dentro se dejó caer sin energía en una de aquellas incomodísimas sillas de madera, de respaldo bajo y reposabrazos esmirriado. Su mochila negra, sin adornos, aterrizó en el suelo de la última fila de la clase. Sacó el cuaderno, un bolígrafo Bic de color negro y se dispuso a tomar nota de aquella inservible lección.
Esa era Helena, una chica solitaria, introvertida y con una agenda demasiado ocupada para oxigenar su sistema de recompensa y motivación. Podía sentirse afortunada si algún compañero le dedicaba un saludo o una sonrisa, nunca le había resultado fácil entablar una amistad, y ahora, desde luego, no iba a ser mejor que otras veces.
Terminaron las clases y recogió sus escasas pertenencias de manera, prácticamente, automática. Cruzó la puerta entre las charlas amenas de sus compañeros y las risotadas de tres amigos, que bromeaban acerca de alguna historieta estúpida que habían confeccionado en la última hora de clase. Uno de ellos tenía pinta de ser buen chaval, le habría gustado conocerlo, pero su timidez se lo impedía.
Bajó los dos pisos de escaleras, y al llegar al último rellano coincidió con una chica de clase que se despedía de una amiga, mientras cogía de la mano a su novio, también de clase y comentaban algo que hizo reír a la chica. Ambos eran respetados en la clase, dos personas queridas, normales, que habían comenzado a salir haría dos semanas, y por lo que sus amigos les felicitaban. Una pareja exultante.
Se preguntó por qué ella no gozaría de la misma suerte. Sólo deseaba ser igual que los demás.
Bajó por la boca de metro ordenando sus ideas. Debía comer rápido y bajar al bazar en el que trabajaban sus padres para echarles una mano. Siempre tenían mucho trabajo, y necesitaban ayuda. Ella podría estudiar por la noche.
Llegó al andén donde el cartel luminoso ponía: “Tiempo de espera 01 min”. La verdad es que necesitaba salir de esa espiral que era su vida de manera, casi desesperada. Tenía diecinueve años, y no disfrutaba de un minuto para sí misma, como los demás jóvenes. Le gustaría ser libre para quedar los fines de semana con unas amigas para tomar algo. Le gustaría coger de la mano a un chico y pasear por el parque. Le gustarían… tantas cosas. Suspiró anhelante.
“Próximo tren va a efectuar su entrada en la estación, dejen salir antes de entrar” indicó el panel. Se encontraba justo en la pared por la que entraba el metro. Vio como la gente se acercaba al borde, les imitó. Y cuando oyó el chirrido de las vías próximo, sin pensarlo dos veces, saltó.


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